La mentira repetida, el crimen anunciado y tenebrosas expectativas

El 5 de febrero de 2003, ante el Consejo de Seguridad de la ONU y los ojos del planeta, Colin Powell alzó un frasco con un supuesto polvo blanco. Aquel gesto impecable de teatralidad bastó para convencer a millones de que Irak poseía armas químicas de destrucción masiva. Fue el acto fundacional de una guerra cimentada en engaños, avalada por “pruebas” fraudulentas y una maquinaria mediática diseñada para manufacturar consentimiento.

Ese polvo no era ántrax. No era nada. Solo representó la impostura que condujo a decenas de miles de muertes, millones de desplazados y un país reducido a escombros, dejando un legado de violencia aún abierto. Ninguna potencia pidió perdón. Nadie fue juzgado. Todo se archivó como “error de inteligencia” o “decisión equivocada”, cuando, en realidad, fue un crimen planificado con papel diplomático como envoltorio y fe de bautismo moral.

Veinte años después, el libreto resurge con Irán como nuevo blanco. Desde las tribunas israelíes se clamó que Teherán se aprestaba a fabricar el arma nuclear que amenazaría la paz mundial y que convenía arremeter antes de que fuera tarde. Sin embargo, hoy ni las propias agencias de inteligencia estadounidenses avalan esas acusaciones. La valiente directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard confirmó la ausencia de evidencias sobre un programa activo, advirtiendo que Jameneí nunca autorizó su reactivación. Tales afirmaciones, sin duda, podrían costarle el cargo y ya fue alejada de las inmediaciones de Trump.

Rafael Grossi, máxima autoridad del OIEA, también ha desmentido repetidamente la existencia de indicios sólidos para justificar un ataque militar o un cambio de régimen. Nada de ello importa. Donald Trump, como director de su particular reality show, desacredita a sus servicios de inteligencia y, sin aportar prueba alguna, afirma que Irán está “mucho más cerca” de la bomba. Su fuente son las estimaciones del Mossad, que oscilan entre quince días y un año, según convenga al momento político.

De nuevo aparece el socio indispensable. El mismo de siempre en la región hoy agitada y cargada de incertidumbres: un Israel que ignora los dictámenes del OIEA y se erige en juez, como denunció ante la ONU el embajador ruso Vasili Nebenzia. “Israel atacó a un Estado soberano- afirmó desde la alta tribuna- bajo pretextos infundados y desdeñó las evaluaciones del organismo, que no advierten riesgo alguno de proliferación”. Nebenzia no solo condenó el asalto, sino que evocó la invasión de Irak —también justificada con mentiras— y acusó a EE.UU., Reino Unido, Francia y Alemania de presionar al OIEA para obtener un informe con “evaluaciones ambiguas”, luego hábilmente empleadas por Tel Aviv para justificar su ofensiva del 13 de junio contra instalaciones nucleares civiles iraníes.

Las autoridades rusas por vía Nebenzia, socios estratégicos de Irán, insisten en que este país soporta una de las inspecciones más rigurosas del mundo. De hecho, como lo afirma el viejo diplomático, “ningún otro Estado miembro está bajo un escrutinio tan intenso”. Pese a ello, Irán es agredido por una amenaza que los propios inspectores de la OIEA han descartado. María Zajárova, portavoz del Ministerio de Exteriores ruso, advirtió que los ataques israelíes generan una “amenaza nuclear práctica” para toda la región, al mismo tiempo que en el famoso Foro de San Petersburgo, Vladímir Putin defendió el derecho de Irán al uso pacífico de la energía atómica.

No buscan la verdad, sino la coartada. La oportunidad de redibujar el mapa regional según intereses foráneos. Las imprecisiones pasadas de Grossi, manipuladas por medios proclives a la beligerancia, sirvieron de anzuelo. Hoy, la presión sobre el OIEA, la distorsión de sus informes y la desinformación pública conforman una ofensiva política de consecuencias, al parecer, irreversibles.

Quienes vivimos la historia conocemos el trágico final. Hospitales bombardeados, niños mutilados, ciudades borradas del mapa y un “nuevo orden democrático” impuesto a sangre y fuego. La diferencia ahora es que la mentira vuela más rápido, pero también puede desenmascararse con mayor prontitud. Callar ante la farsa equivale a ser cómplice del crimen; repetirla, por cobardía o conveniencia, convierte en verdugo al que la difunde.

En este teatro de falacias y gestos morales convenientemente encubiertos, la confrontación entre Irán, EE.UU. e Israel entra en el momento en que escribimos estas líneas en una fase de extremo riesgo, con represalias directas y amenazas cruzadas que desdibujan la línea entre guerra regional y conflagración global. Entre los escenarios más probables se vislumbra una escalada medida, con ataques calibrados para conservar la disuasión sin cruzar el umbral nuclear. El margen de error es mínimo y cualquier acción desproporcionada podría desencadenar un conflicto mayor. Mientras tanto, Israel impulsa su agenda militar y las milicias aliadas de Irán se activan en varios frentes del Medio Oriente.

No puede descartarse una guerra abierta ni un colapso interno en Irán que derive en intentos de cambio de régimen promovidos desde fuera. Paralelamente, China, Rusia y Europa podrían intentar contener la crisis con una intervención diplomática de urgencia. El peor escenario, aunque aún distante, sería el empleo de armas nucleares tácticas por parte de Israel, abocándonos a un punto de no retorno.

En cualquier hipótesis, el orden internacional ya arroja señales de ruptura. Lo que suceda en las próximas semanas determinará no solo el destino de una región, sino la estabilidad de todo el planeta.

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